Opinión

Claudia, presidenta electa, el Charco Rosa; Milei, ¿el salvador?

Por Mario A. Medina

El pasado miércoles el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), por unanimidad, declaró a Claudia Sheinbaum Pardo, presidenta electa de México para el periodo del 1 de octubre de 2024 al 30 de septiembre de 2030. Será la primera mujer en la Presidencia de la República.

Un día después recibió el título que la declara, presidenta con “A”. “Se declara válida la elección ya que se considera que fue libre, auténtica y periódica, y cumple con los requisitos de certeza, legalidad, independencia, imparcialidad, máxima publicidad e integridad”, determinaron las y los ministros.

El triunfo de la 4T y la contundencia con la que fue derrotada la candidata de la oposición, Xóchitl Gálvez y la coalición de la derecha (PAN, PRI y PRD); pero no sólo estos partidos, también personajes como Claudio X. González, articulistas, columnistas y medios de comunicación que abiertamente apostaron por la alianza opositora, recibieron un duro golpe político que tiene un trascendente significado, que no regrese el modelo neoliberal que nos gobernó en los últimos 36 años.

La derrota no ha sido menor, fue aplastante, por lo que de inmediato iniciaron una estrategia para tratar de reposicionarse en el ánimo de un sector social que creyó en su discurso. Repiten la misma vieja y desgastada narrativa que busca descalificar el triunfo que por unanimidad el TEPJF le ha reconocido a la morenista.

Ahora resulta que “ganó Xóchitl”, y hasta aseguran tener las pruebas; no las muestran. Lástima que hay quien les cree. Esta derecha perdedora tiene un grave y gran problema, no ha sido capaz, como señalaba en mi entrega de la semana pasada, hacer un alto para reflexionar del por qué perdieron; por qué fue tan devastadora su derrota; por qué fue tan amplia la confianza y la credibilidad en favor de Sheinbaum y de la alianza de izquierda.

La derecha sabía perfectamente bien que su candidata estaba destinada a la derrota. Estaban claros que Xóchitl Gálvez no iba a ganar, aunque calcularon mal, cuando supusieron que tenían las suficientes simpatías para impedir que Morena y sus aliados (PT y PVEM) no alcanzaran la mayoría calificada en el Congreso.

Vuelven a la misma fórmula de más mentiras y más engaños; pretenden crear otra narrativa farisea de que Morena se quiere “agandallar” la mayoría calificada, la sobrerrepresentación. Embabucan a los suyos.

Saben perfectamente lo que con claridad la Constitución y el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (Cofipe) precisan, que la asignación de diputados y senadores debe ser a partidos políticos por separado y no a las coaliciones; que la ley como está fue aprobada por PRI y PAN, y avalada en varios momentos por Lorenzo Córdova y Ciro Murayama, amén de otros consejeros electorales.

El problema es que mienten y engañan a sus seguidores, quienes repiten las falsedades de sus guías políticos e intelectuales orgánicos, un conglomerado humano conservador conocido como “Marea Rosa”, que pasó de llenar dos veces el Zócalo de la Ciudad de México y el Monumento a la Revolución, quedando en un charco, en un charquito Rosa de 500, 600, cuando mucho 800 gentes. Eso sí, muy aguerridas.

El domingo pasado fue el reflejo del desencanto de aquellos que atiborraron el Zócalo, pero que optaron, después de las elecciones, por no asistir al mitin en INE, tal vez por su inconformidad con Xóchitl Gálvez, por su papel ridículo, a quien en Alemania no la veían como una candidata de oposición, sino como una “comediante”, según relató el cantante de ópera mexicano, Emilio Ruggeiro.

El domingo pasado fue el reflejo de una oposición desarticulada, desunida, contraria a revisar sus propios errores, antagónica a la autocrítica, con una falta de imaginación atroz, que insiste en la misma narrativa chafa que los llevó a la derrota aplastante: “vamos a ser como Venezuela”; “López un dictador”, “narco presidente”, “narco presidenta”, lo mismo, lo mismo, lo mismo.

En todo este contexto, se da el hecho de que el 23 agosto llegará a México el ultraderechista presidente de Argentina Javier Milei para participar, un día después, en la Conferencia Política de Acción Conservadora, en la ciudad de México.

Seguramente vendrá a descalificar a la Cuarta Transformación; a desautorizar la política social de la 4T e, incluso, a ofender, como es su estilo, al mismo presidente López Obrador y, desde luego, a la presidenta electa Claudia Sheinbaum.

Su presencia aquí no es fortuita; tiene varios objetivos. Uno será oxigenar a la maltrecha derecha mexicana, darle aire de boca a boca, porque la sabe moribunda, y al mismo tiempo buscará fortalecer a ciertos personajes de la ultraderecha nacional, pero en particular al ultraconservador mexicano, Eduardo Verástegui.

La derrota del conservadurismo nacional ha sido de tal tamaño y envergadura que por eso Milei, este nefasto personaje, estará aquí con otros tantos líderes de la derecha mundial para “salvar” al conservadurismo nacional de sus propios errores, pero también, para rescatarlos, por su falta de credibilidad y confianza de la población mexicana que, como nunca, se ha politizado y por eso los echó del poder.

Esto, a la derecha le pesa, y le pesa demasiado.

Que no le cuenten…

Dejar en libertad domiciliaria a Mario Marín, el “Gober precioso”; el torturador de la periodista Lydia Cacho y la absolución del exdiputado priísta, Juan Antonio Vera Carrizal de su presunta responsabilidad intelectual en el ataque con ácido sulfúrico a María Elena Ríos y de los imputados (cómplices) como probables responsables de feminicidio en grado de tentativa, es la muestra de la corrupción del poder judicial en México, y uno de los argumentos del por qué la necesidad de la reforma judicial.