García Luna en el Zócalo
Por Mario A. Medina
Rayaban las 10 de la mañana. La plancha del Zócalo estaba semivacía. Eran unos cuantos que se habían dado cita desde temprano para “defender al INE”, cuando del edificio del Congreso de la Ciudad de México se desplegó una manta enorme con el logo del PAN y en medio una fotografía de Genaro García Luna, el declarado CULPABLE en Nueva York por sus nexos con el Cártel de Sinaloa.
De inmediato, desde el templete oficial de la marcha, se encendieron las alarmas. Uno de los organizadores pidió que alguno de los diputados locales del PAN hiciera algo para que la quitaran de inmediato. “Esa va a ser la nota”, vociferó uno de los jóvenes vestidos de rosa. “¡Que la quiten, que la quiten!”, gritaba alarmado.
Un rato más tarde, alguien logró desamarrar uno de los lazos que sostenían la manta, y sólo quedó en un churro de tela colgando que quienes llegaron después no supieron el por qué ese enorme pedazo de lienzo tendía. Aunque luego, por las redes, lograron saber que la habían quitado porque “le pega al partido”, le explicaba un señor a su hija como de unos 17 años.
Siguieron los minutos y el Zócalo capitalino se fue llenando de personas que entusiasta llegaron para gritarle a “López” que al “INE, no se le toca”, pero también numerosos grupos, perfectamente bien disciplinados, lo que permitía saber, no suponer, habían llegado acarreados: “¡INE, escucha, Contreras está en tu lucha!”.
Con sus gorras se identificaban: “CDMX 26”. Eran principalmente jóvenes que aprovecharon el evento para ir a echar desmadre. “¡Mejor nos vamos a Tepito a chingarnos unas licuachelas!”, festejaban.
¿Por qué vinieron?, pegunté a un joven, quien de inmediato respondió en tono jocoso: “Yo vine porque me trajeron”. Igual arribaron por grupos que los delataba que no estaban ahí por convicción, eran de la Benito Juárez, de la Cuauhtémoc, y aunque no eran muchos como años atrás,unos pocos perredistas del Estado de México marcharon con sus camisas amarrillas y sus gorras del mismo color, liderados por Jesús Zambrano y Omar Ortega.
Recorrí tres veces durante toda la concentración el Zócalo para escuchar los dichos, las pláticas, los chismes de los inconformes a quienes les llamaba la atención las consignas que desde hace mucho son de la izquierda: “INE, escucha, estamos en tu lucha”.
Cuando llegó el momento de los discursos oficiales, muchos, poca o nada atención ponían los encabronados con el “señor López” a Beatriz Pagés y al ministro en retiro, José Ramón Cossío.
La primera hablaba de la importancia de defender “nuestra democracia”; de que “nuestro voto no se roba” y de que “estamos listos para impedir un golpe a nuestra Constitución y a nuestras libertades”. El “entusiasmo” que “festejaba” los dichos de Pagés y de Cossío, era ralito, escaso, insuficiente que hacía ver ridícula la concentración. La gente estaba en otra cosa, al parecer más importante.
“La boda va a estar muy bien; ya estamos preparando todo, les va a encantar y el lugar es de maaaravillaaa”, contaba una señora a otras tres mujeres que embelesadas escuchaban los pronósticos de lo que va a ser el festejo.
Pero no sólo era ella. Un hombre les comentaba a sus socios de su aportación a la manifestación: “Les expliqué a mi gente de la importancia de venir, de lo que pretende López, acabar con el país, hacerlo suyo, y por eso les dije, tienen que ir al Zócalo, pero claro, desde luego, les di una lanita para que se compraran una torta y su Coca Cola, porque eso sí, son bien cocacoleros”, dijo entre risas burlonas, lo que provocó carcajadas de sus amigos.
La atención era escasa. Sí, había quienes puntuales escuchaban a los oradores a quienes seguía en las pantallas, las que aprovechaban para sacarse una selfi para dar cuenta de que estuvieron para echar al “tirano” de Palacio Nacional, gritaba un hombre maduro que blandía la bandera de FRENA.
El discurso de Cossío tampoco llamaba la atención. Sus explicaciones jurídicas sobre el Plan B del presidente no eran atendidas, ni del papel que, según él, deben de jugar los ministros de la Corte de declarar inválidas las reformas legales aprobadas por los legisladores de Morena.
Me hice acompañar de un libro, “Genaro García Luna, EL SEÑOR DE LA MUERTE” de Francisco Cruz. Cuando caminaba para escuchar los murmullos, lo que la gente platicaba, había quien alzaba la mirada para ver la portada con el rosto triado del protector de “El Chapo” Guzmán. Quise saber cuáles eran las reacciones de la gente, de aquellos que, en su momento, cuando gobernó el PAN, le encendían incienso.
A dos políticos del PRI les pregunté su opinión sobre el libro. Uno fue José Ángel Gurría y el otro, Heriberto Galindo. El primero se dijo sorprendido, que no conocía el texto. Cuando le insistí me dijera su opinión del secretario de Seguridad de Calderón, sólo acertó a decir: “No tengo opinión, discúlpeme, de él no tengo nada que decir”. El segundo me dijo: Sí, lo leí, “fue un sinvergüenza ese señor y quien le permitió hacer lo que hizo”.
Muchos fueron los que siguieron con su vista el libro. Unos, la mayoría, sorprendidos sólo atinaban a levantar las cejas. Otros, le preguntaba al de al lado: “¿Ya viste el libro?”. Una señora: “¡Este güey no lo vino a restregar en la cara!”, Un joven güerito: “Ni cómo defenderlo”. Un hombre con su mirada retadora me siguió. Era evidente su molestia por mi recordatorio de que el señor del libro, era de los suyos.
Que no le cuenten…
Ah, otra cosa que escuché. Un señor se mostraba encabronado, indignado y no por la manta del PAN-García Luna. No. Decía a quien lo acompañaban: “Pinche gente, no vino toda la que tenía que venir, seguramente se quedaron en su casa, esto no se llenó, hay varios huecos, ya ni la chingan, ni a cien mil llegamos”.